Sonando en mi cabeza: Tened piedad del ex-presidente (La Habitación Roja )
No recorro los medios de comunicación del país. No pongo empeño en leer, escuchar o contemplar. Leo el periódico, escucho la radio o veo el telediario sin directrices ni esquemas. No me propongo a indagar, ni recoger hechos o datos, ni valorar, ni intentar reducir al mínimo comprensible causas y consecuencias. No lo hago, pero es difícil dejar de ver el problema. E imposible no presentir que la solución no puede ser sino dolorosa.
Apartando el pan y el circo banales, la inofensiva (¿?) basura editorial, radiofónica y televisiva, encontramos con facilidad el problema: no existen ya en los medios ni en la sociedad el diálogo, la comprensión, ni la duda. Entre los prohombres y los paisanos del país solo existe la sabiduría infinita, casi divina. Vivimos en un perpetuo monólogo, envenenado por el odio y el rencor injustificados, en una sucia y rastrera guerra mediática en la que todo vale con tal de desbaratar al opuesto.
Y ése es solo el punto de partida. La irracionalidad es cada vez mayor, se alimenta a si misma y no conoce de límites. La diferencia da lugar a acusaciones siniestras y a afirmaciones perniciosas.
Tan solo uno es el objetivo: arrastrar en el odio al débil, al que no encuentre mejor ocupación que la de aborrecer al diferente. Se trata de compartir los sinsabores del no-pecar con la plebe, y odiar todos a una al enemigo rojo, maricón o nacionalista. Se hace con la infravaloración más cruel y dañina, con la acusación del pecado y del delito improbados. Con palabras vacías, con la nada hecha odio.
Ocurre que estas reflexiones nacen de una simple paseo de media hora por Internet, por Tele-Espe o por la radio de la Iglesia Católica Española. Ocurre que tan pronto acusan de connivencia asesina al gobierno legítimo del Estado, menosprecian al votante socialista por ignorante, denigran una lengua milenaria de la que muchos sienten merecido orgullo, o acusan al enfermo homosexual de tener mayor propensión a la intolerancia política, social y racial. Todo ello en apenas treinta minutos de desconcierto e incredulidad.
Así es el absurdo mediático de la derecha y el catolicismo español, tan bien avenidos en aquello de la mentira hiriente y populista.
Pero el cáncer que nos acecha no son los medios. El problema es que los medios son solo la expresión pública del verdadero problema: la de los políticos con acceso al poder ejecutivo y legislativo, la de jueces con doble moral y odio congénito, la de arzobispados ultraderechistas que prentenden (y consiguen) imbuirse en la vida social y política de un Estado No-Tan-Laico.
El problema no son los de siempre; el problema es que los de siempre consiguen su cuota de poder arrastrando hacia el odio a millones de infelices insatisfechos con sus míseras vidas (arruinadas, quizás, por la moral católica) El problema es que curas y caciques invaden el alma de nuestros conciudadanos.
Y temiendo que nunca podamos recuperarles, la solución solo puede pasar por el Dolor.