
Los hechos, los actos más sencillos toman una complejidad mayor por momentos. Y si todo empieza a agitarse sin que yo pueda seguirlo, prefiero mirar desde mi ventana como cae poco a poco la niebla. Borrando las imágenes del parque en una espesa y tranquilizadora blancura.
Mientras Ana Obregón declara no relevar el nombre de su hombre, yo continúo mi estado hibernante en el sofá. Así nunca conseguiré un hombre como el de Ana, y eso es lo único que lamento.
Han sido ya varias las llamadas telefónicas, alguna más contabilizando las que no quise atender en momentos bajos de mi estado polar. Las horas y lugares de encuentro se definen claramente y estrecho el cerco en un único encuentro. Delante del Corte Inglés, claro está. Que si cierra a las nueve habrá que ir antes, a ver si vemos algo.
Sigo aturdido y ya casi no importa acudir en plena Navidad al Corte Inglés para encontrarme allí con otros cientos de congéneres alienados.
Lo mío no tiene nombre. A veces me encuentro cierto paralelismo con algún concursante de Gran Hermano; y aún sabiendo que esto debería producirme escalofríos, no me inmuto y hasta casi me hace gracia. Es como una canción antigua de Fangoria, de aquellas que conseguían paralizarme como una revelación. Entre la conciencia y el pasotismo. La insensibilidad o la criogenia.
El invierno es lo que tiene, que deja frío y produce ojeras.
Imagen: V.P. y D.M. en la palza de la Universidad (Valladolid) a 26 de septiembre de 2005. Algunas cosas no cambiaron con el clima ni con los lugares. Mantengo la esperanza de que nunca lo hagan.