Como cierre a la Seminci de este año se proyectaba fuera de concurso Feliz Navidad, un film de esos que uno de sus propios protagonistas denominó en rueda de prensa como europudding, de compleja y poco satisfactoria producción plurinacional.
Como un título tan ñoño y poco prometedor no convenció a nadie, optamos por deleitarnos con la última de las películas a concurso, posiblemente la mejor de todas ellas, Manderlay de Lars von Trier.
Manderlay se enmarca en el proyecto del danés dirigido a mostrarnos a la sociedad norteamericana a través de su breve historia, como un compendio de frustraciones y estrecheces mentales, fiel reflejo de la naturaleza humana.
Grace, después de huir de la espantosa ciudad de Dogville con su padre y su ejército de gansters, recala por casualidad en la finca de Manderlay. El espectador, claro, recorre sobre el mapa americano el viaje hacia el estado de Texas en que se encuentra Manderlay, para comenzar a acostumbrarse a lo que será el escenario carente de decorados en que va a transcurrir la historia.
En Manderlay Grace descubre un micro-cosmos en que la esclavitud aun se practica con total impunidad, más o menos consentida por blancos y negros. Y la muchacha no está dispuesta a ello.
Así que se dispone, sobre la gran superficie plana que es el escenario que representa Manderlay, a liberar primero a los negros y luego, a la vista del desmadre general, educarles en la democracia y la justicia.
Así, durante más de dos horas, el espectador presencia una admirablemente estudiada evolución de la situación en Marderlay. Del caos a un prometedor compromiso de trabajo, de ahí a la desgracia natural y a una ficticia consolidación de los buenos modos en que von Trier engaña míseramente al espectador.
Todo ello con momentos épicos de muerte y sexo, compulsiones claves del ser humano, para introducir personalmente al espectador en la desventura de Grace.
Final trágico y espeluznante, metáfora de la esclavitud y la libertad como medios enfrentados en que nunca nada es lo que parece. Por que un grito de libertad desesperada frente al sol puede ser tremendamente doloroso.
Y unos créditos casi dolorosos, con imágenes estáticas de la historia negra estadounidense de fondo a una animada y contrapuesta canción con coros de espirituales negros.
A la espera del cierre de la trilogía de von Trier sobre esa América profunda y escalofriante que no ha pisado en su vida (en parte para alimentar el mito) hay que quitarse el sombrero ante tla majestuosa historia que presenta en Manderlay. Contada además sobre un fondo blanco sin elementos verticales ni artificios a modo de decorado y con una visión espacial de los planos que le aleja ya definitivamente del Dogma que le tuviera como fundador.
Lo importante en el cine de von Trier es la historia, así que cambia sin ningún pudor a los actores que dieran vida a Dogville en Manderlay, como abstracción para hacer del cine el protagonista de sus películas.
Manderlay es una esas películas que herirán al espectador norteamericano por el modo en que toca directamente los más deleznables puntos oscuros de su Nación, pero que debería herirnos a todos por que la de Manderlay es la historia de la miseria humana.