Una semana al año Valladolid, esa ciudad que cierta guía turística británica califica de sucia y fea, se transforma en un apasionante foco cultural en que propios y foráneos se desviven por averiguar en que sala se proyecta tal o cual o película, en que se forman espontáneos corrillos de debate sobre el último film de Costa-Gravras y en donde en ocasiones no se da abasto para ver tanto cine como uno quisiera.
Es la magia de la Seminci, la Semana Internacional de Cine de Valladolid, que cumple ya 50 ediciones desde que comenzará en plena dictadura con el poco halagüeño nombre de Semana de Cine Religioso. Gracias a Dios, mucho ha cambiado este país, y con él el festival en este medio siglo, y poco hay ya de religioso en sus películas.
En Valladolid, al contrario que en otros festivales españoles de renombre, lo importante no son las estrellas ni las alfombras rojas. Lo importante es que los espectadores vivan historias diferentes, inusuales, o simplemente cotidianas a través de películas que el sistema de la industria del cine impide que lleguen a ser proyectadas en salas comerciales.
Lo importante no es el glamour, las multitudes a la espera de alguna estrella o la atención mediática, lo trascendental en esta semana es la cultura. Por eso no es de extrañar que pase desapercibida frente a festivales históricos como el de San Sebastián, u otros prefabricados a medida de los intereses comerciales de unos cuantos, como los de Málaga o Huelva.
Ahora habrá quien piense que lo de la Seminci son tostones iraníes o serbocroatas. Y es cierto, en parte.
La otra parte de la verdad es que las 12 salas del festival, con una media de tres películas diarias en cada una, han visto pasar maravillosos films más o menos alternativos del viejo y del nuevo continente, de la mano de autores fetiches del festival como Costa Gavras, Ken Loach, Won Kar Wide, Berlanga o Wolfrang Becker.
Gracias a la Seminci llegaron a proyectarse por primera vez en España, y en ocasiones en el mundo, inolvidables films como Missing, Good bye Lennin, El Apartamento, Un pez llamado Wanda, Thelma y Louise, El crimen de Cuenca, La estrategia del caracol, Charada, Familia, Bonnye and Clide, Mi nombre es Joe, Wilburg se quiere suicidar, Cosas que dejé en La Habana, Hola, estás sola?, La Naranja Mecánica o El Hijo de la novia. Todas ellas varios meses antes de estrenarse, y al alcance de cualquier amante de las buenas historias y del buen cine que decidiese pasar una semana dedicada a la apasionante búsqueda de entradas, críticas y eruditos comentarios en la entrada del cine.
Y esto, claro, en cuanto a aquellas películas que encontraron su sitio en las salas comerciales. La lista sería inmensa si se enumeraran todas aquellas pequeñas obras de arte que marcaron el corazón y el recuerdo de miles de espectadores.
Por que cada año en la Seminci se pueden ver auténticos bodrios si te equivocas de momento y lugar, es cierto, y eso forma parte también de la magia. Pero solo en Valladolid el espectador puede darse el gustazo de que Becker le comente en persona los avatares e Good Bye Lennin, Gavras le presente Amén o Ang Lee le dé su propio punto de vista sobre Breakback Mountain.
6 comentarios:
Joder, qué envidia. Wilbur se quiere suicidar es sencillamente genial. Me encantó. Si pudiera me iba para allí. Pero en fin, me conformaré con los Multis y con Los Renoir. Oye, ayer vi La vida secreta de las palabras de la Coixet, y oye, me gustó mucho, ¿eh? Como va de cine y eso, pues comento. Saludines.
Coixet es genial. Simplemente Genial. Es pura sensibilidad. Me gusta como cuenta las historias.
La verdad es ke es una suertaza tener un festival así . Ya lo kisiera pa mi Planeta...
tiene buena pinta esto. A ver si algun año me llevo a algun familiar a conocer su tierra (son todos de por ahi) y lo hago coincidir.
¿Qué tal Breakback Mountain? ¿Está bien? Reseñas, por favor, reseñas...
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